miércoles, 5 de febrero de 2014

UNA SEMANA EXTRAÑA

El día 8 de Enero me dirigía hacia Brasil, de repente, hubo un ruido extraño en el avión, mi compañera de al lado se asomó por la ventanilla del avión y vio como salía humo del motor derecho. Solo recuerdo un vacío y un ruido ensordecedor. El avión caía sin remedio.
La frialdad del agua me despertó en medio del mar, miré a mi alrededor, no había nada ni nadie. Nadé en cualquier dirección y cuando estaba perdiendo las fuerzas una isla apareció ante mis ojos. Aunque estaba exhausta, tenía que llegar hasta allí. Me sentí aliviada ya en la arena, pero a la vez muy asustada, no sabia nada de aquel lugar, si había personas, animales salvajes, plantas venenosas...
En aquel momento lo que más me preocupó fue mi familia ¿qué pensarían? no podía avisarlos. ¿Qué hago en este lugar?¿ Dónde estoy? Hacía mucho calor, tenía mucha sed y hambre. No veía a nadie.
Decidí caminar entre los árboles haber si encontraba algo; creo que pasaron unas tres horas. Cuando había dado todo por perdido al lado de un árbol vi una hoguera y a tres personas, dos hombres y una mujer, no sé por qué uno de ellos me resultaba conocido, me acerqué y él era la única persona que me entendía.
Me contó que iba en el mismo avión que yo, me di cuenta de ello le pregunté si sabía donde estábamos y si tenía un teléfono; él me respondió con una negativa a las dos preguntas. Me sentí desesperada porque no sabía nada de mi familia, ni ellos de mi. Pero a la vez me sentí aliviada por haber encontrado a alguien con quien hablaren ese lugar. Las otras dos personas no nos entendían ya que eran nativos de la isla.
Él me contó que se dirigía a una conferencia de telecomunicaciones en Brasil, le explique que iba de vacaciones. Él se dedicaba a atender a las personas que tenían problemas con sus teléfonos. Qué ironía en ese momento éramos nosotros quien necesitábamos un móvil. Tras la larga charla nos fuimos a descansar a unas cabañas.
Al día siguiente los aborígenes nos habían traído agua para beber y coco para come; nos mostraron un pequeño lago donde refrescarnos, mientras Saúl y yo nos bañábamos y charlábamos nuestros nuevos amigos salieron de caza, a su regreso nos ofrecieron un hermoso jabalí para comer, qué sorpresa yo nunca había probado esa carne y no me quedaba más remedio que comerla. aún así estaría toda la vida agradecida a estas personas por su ayuda.
Varias semanas transcurrieron y nosotros estábamos aprendiendo la forma de vida de los aborígenes. Después de un tiempo vimos un barco y le hicimos señales para que nos viniera a rescatar, cuando llegó el barco los aborígenes habían desaparecido, quizá sea por que les gustaba su forma de vida que tenían en la isla y no querían afrontar una nueva vida desconocida.

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